Bombas de racimo: asesinato masivo premeditado

Bombas de racimo
Bombas de racimo

En el argot del Pentágono esto último es lo preferible, pues un herido se convierte en una carga más fuerte para el ejército, el gobierno y la familia, que un muerto, y hay que destinar más tiempo y recursos para atenderlos. Las bombas de racimo logran esos propósitos también.

Damasco, 10 jul (SANA) La noticia de que el presidente estadounidense, Joe Biden, decidió enviar bombas de racimo a Ucrania estremeció a quienes las conocemos de cerca y hemos sido testigos de sus estragos.

En mi caso, las que usaron en Vietnam, guerra que cubrí como periodista.

Su argumento de que son para «defenderse» de Rusia, además es cínico, pues quien las conoce mínimamente sabe que están diseñadas con un objetivo sicológico, pues están dirigidas a causar bajas donde haya altas concentraciones de soldados y población civil (llamadas víctimas colaterales) la cual está en los cálculos a la hora de tomar la decisión de usarlas.

Así sucedió en Vietnam durante mucho tiempo, y las principales víctimas no fueron combatientes de las Fuerzas Armadas Populares de Liberación (FAPL), sino civiles.

Las bombas de racimo (llamadas por los vietnamitas entonces “barre margaritas” por la forma de funcionar), se abren como un escaparate a unas decenas de metros el suelo y esparcen su mortal carga.

No hacen cráteres ni derrumban edificaciones, ni hacen daños a tanques y vehículos blindados, sino que están concebidas para matar personas, ideadas para masacres, matanzas masivas.

Se trata de una bomba madre que carga en sus entrañas hasta dos y tres centenares o más de pequeñas granadas de fragmentación, unas en forma de naranjas y otras de piña.

Son lanzadas por cualquier tipo de avión de combate, aunque en Vietnam lo hacían preferentemente desde las estratofortalezas B-52.

Sus bombitas tienen la cualidad de que se dispersan en una gran área y por su forma de rotación entran a las casas e incluso a los refugios antiaéreos supeficiales y cuando estallan al unísono “barren” literalmente la superficie, arrasan con la vegetación y matan a todo ser vivo en el área o les crean graves heridas.

En el argot del Pentágono esto último es lo preferible, pues un herido se convierte en una carga más fuerte para el ejército, el gobierno y la familia, que un muerto, y hay que destinar más tiempo y recursos para atenderlos. Las bombas de racimo logran esos propósitos también.

Cuba estuvo entre los países que dieron una enorme batalla en los organismos internacionales especializados para que se prohibiera su uso, al igual que el napalm y el fósforo vivo.

También se luchó contra el agente naranja, un defoliante que usaron en las selvas y arrozales de Vietnam que produce cáncer en el hígado y que, a 48 años de terminada la guerra con la derrota de Estados Unidos, todavía hay zonas contaminadas, y muchas bombitas sin estallar, que son más difíciles de detectar que las bombas más potentes.

La Comisión científica cubana contra los crímenes de guerra de Estados Unidos en Vietnam, presidida por el excelso doctor José Antonio Presno Albarrán, jugó un papel importante en su denuncia internacional.

La integraba además Rubén Rodríguez Gavaldá y era asesorada por el jurista Miguel D´Estéfano, entre otros muchos, y de la cual tuve el privilegio de ser su periodista, es parte de las fuerzas sociales en el mundo que lograron detener su uso, y que muchos años después la Convención de Oslo lo prohibiera.

Sin embargo, los gobiernos que no la firmaron no se sienten atados a ella, como es el caso de Estados Unidos y la propia Ucrania, aunque lamentable Rusia, China y otras naciones tampoco la rubricaron por el simple expediente de que su adversario no lo hizo.

Sin embargo, las potencias de la Unión Europea sí son firmantes, y como tales no pueden, en teoría, respaldar el exabrupto de Biden de aplicarlas, aunque este ha dicho que sus aliados comprenderán “la justeza” de usarla, es decir, comprensión por matar a civiles, pues todos aceptan que los daños colaterales son más grandes y dramáticos que los militares.

¿Qué harán los jerarcas de la OTAN sobre este tema cuando el 11 y 12 de este mes se reúnan en Vilna, Lituania, los líderes de los 31 países miembros del bloque militar? ¿Abordarán este acto de desesperación de Biden que tanto deja que desear, humana y militarmente?

¿Qué hará el primer ministro británico, Rishi Sunak, quien ya recordó que el Reino Unido es signatario de la convención que prohíbe la producción y el uso de bombas de racimo?, ¿O España, Francia, Italia, Alemania y los demás socios europeos? ¿Aceptarán, como lo hicieron en Vietnam, el crimen de lesa humanidad aun no castigado?

¿Tendrán el coraje esta vez de declarar a Biden criminal de guerra, como no hicieron nunca con los presidentes de Estados Unidos que fueron genocidas de Vietnam?

Como testigo de aquella contienda y de aquellos horrendos crímenes, solo les puedo asegurar que, a pesar de todo ese terror, perdieron la guerra de Vietnam, y de forma bochornosa.

 

Autor: Luis Manuel Arce Isaac

Fuente: prensa latina

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