Los deseos de hegemonía de EEUU condenan al resto del mundo

 Los deseos de hegemonía de EEUU condenan al resto del mundo

¿Habrá aprendido Estados Unidos alguna lección de sus incursiones militares en Irak y Afganistán, que provocaron nada más que muertes, pobreza y mayor inestabilidad política y social en Oriente Medio? La respuesta es un resonante “no”, y pone como ejemplo el apoyo de Washington a la escalada beligerante del régimen de Volodímir Zelenski, que ratifica los postulados militaristas del informe NSC-68.

Damasco, 6 mar (SANA) Un ensayo en la prestigiosa revista ‘Foreign Affairs’ argumenta que la política injerencista de Joe Biden en Ucrania reafirma que EEUU sigue creyendo en la idea, demostrada como falsa una y otra vez por la realidad, de que el mundo se beneficia cuando el poderío militar estadounidense interviene en el mundo.

El artículo, titulado El ajuste de cuentas que no fue y firmado por el especialista en política exterior estadounidense Andrew J. Bacevich, postula la tesis de que Estados Unidos aprendió de la Segunda Guerra Mundial una lección incorrecta, que explica el intervencionismo que sería moneda en los años siguientes y continúa hasta el día de hoy.

Se trata de la idea de que el liderazgo de Estados Unidos, respaldado por su poderío militar, se había convertido en un imperativo categórico no solo para lograr someter a sus adversarios, sino para imponer sus propios valores e intereses alrededor del mundo.

El autor explica que si bien la debacle en Vietnam podría haber destruido esas ilusiones, la caída del comunismo a fines de la década de 1980, la tesis del “Fin de la historia” y el triunfo de la visión unipolar del mundo revivieron esa idea, aunque señala que la llamada guerra contra el Terror emprendida por el presidente George W. Bush tras los atentados del 11 de septiembre expusieron nuevamente la falsedad de la supremacía militar estadounidense.

“Los resultados decepcionantes de las guerras prolongadas en Afganistán e Irak deberían haber sido una llamada de atención similar a la que experimentó el Reino Unido en 1956, después de que el Gobierno británico orquestara una intervención para reafirmar su control del canal de Suez”, apunta Bacevich.

“La debacle que siguió resultó en una singular humillación que le costó el puesto al primer ministro británico, Anthony Eden. El rival de Eden, el líder del Partido Laborista británico Hugh Gaitskell, describió la operación de Suez como ‘un acto de locura desastrosa’ que causó ‘un daño irreparable al prestigio y la reputación de nuestro país’. Pocos observadores cuestionaron ese juicio. La crisis obligó a los británicos a reconocer que su proyecto imperial había llegado a un callejón sin salida. La vieja forma de hacer las cosas, azotar a las personas más débiles para que se alinearan, ya no iba a funcionar”, añade el analista, que encuentra ecos de ese episodio histórico en la actualidad.

Según el autor, los sucesivos fracasos militares en Estados Unidos de las últimas dos décadas tendrían que haber funcionado como un momento Suez para el establishment de la política exterior del país norteamericano, pero esto no sucedió, en su opinión, porque Washington sigue aferrado al mito de que el mundo necesita más poderío militar estadounidense, pese a fracasos como lo que llama la “caótica y humillante retirada de Afganistán en el 2021”.

De acuerdo con Bacevich, el conflicto en Ucrania ofrece una última oportunidad para que EEUU aprenda la lección que debieron asimilar los políticos británicos tras la debacle del canal de Suez, aunque, según él mismo confiesa, las señales enviadas hasta el momento por el Gobierno de Biden indican que seguirán actuando de la misma manera.

“El presidente Joe Biden y su equipo hablan habitualmente [sobre Ucrania] en formas que sugieren una visión anticuada, moralista e imprudentemente grandiosa del poder estadounidense. Alinear la postura retórica de su Administración con una evaluación sobria de lo que realmente está en juego en Ucrania podría permitirle a Biden alejar al establishment de su obsesión por la hegemonía”, reflexiona.

Y añade: “Pero el peligro es que suceda lo contrario: la presentación de Biden de Ucrania como un crisol para una nueva era de dominio estadounidense respaldada por los militares podría encerrarlo, y la política cuidadosamente calibrada de su Administración podría parecerse más a su retórica estridente y poco acertada. Eso, a su vez, conduciría a un ajuste de cuentas completamente diferente y más desastroso”.

“Voluntad de coaccionar”

Para explicar esta política exterior basada en el expansionismo y la desestabilización en nombre de la democracia, el autor trae a colación el informe NSC-68, un documento altamente clasificado, elaborado en 1950 por el entonces director de Políticas de Planificación del Departamento de Estado, Paul Nitze, que funcionó —y funciona, según Bacevich— como la carta de intenciones de Estados Unidos alrededor del mundo, al establecer parámetros de actuación, borrar cualquier ambigüedad o complejidad en las relaciones internacionales, y presentar un mundo de buenos contra malos que necesita del liderazgo de Estados Unidos para establecer el orden.

“Simplemente contener la amenaza soviética no sería suficiente. Tampoco alimentar a los hambrientos del mundo o socorrer a los afligidos. Lo que Estados Unidos necesitaba era la capacidad y la voluntad de coaccionar. Con eso en mente, Washington se comprometió a establecer un ejército dominante configurado como una fuerza policial global. El arte de gobernar se convirtió en un complemento del poderío militar”, señala quien dice que esta postura maniquea instaurada por el influyente documento persiste todavía en la Casa Blanca.

“La frecuente insistencia de Biden en que el destino de la humanidad depende del resultado de una lucha cósmica entre democracia y autocracia actualiza el tema central de Nitze. La necesidad de la supremacía militar estadounidense, ya sea medida por el gasto del Pentágono, el número de bases en el extranjero o la propensión a usar la fuerza, se ha convertido en un artículo de fe”, pondera en su análisis.

“A medida que el mundo continúa encogiéndose gracias a la globalización y el progreso tecnológico (y también para expandirse hacia el espacio y el ciberespacio), el alcance de las fuerzas militares estadounidenses crece, en consecuencia, un proceso que suscita poca controversia”, indica.

Según el analista, la fuerte influencia del aparato de seguridad nacional de EEUU explica en parte por qué ha persistido esta mentalidad, y recuerda la advertencia lanzada por el presidente Dwight Eisenhower en enero de 1961 en su discurso de despedida, en la que pedía a los estadounidenses estar atentos al “desastroso ascenso del poder injustificado” en manos del “complejo militar-industrial”.

Para Bacevich, esta advertencia, que proponía “una ciudadanía alerta e informada” para mantener bajo control la “enorme maquinaria industrial y militar de defensa” del país, no ha perdido nada de su relevancia actualmente, aunque lamenta que los ciudadanos de su país hayan demostrado ser más indiferentes que vigilantes con relación al abuso de poder de Estados Unidos.

Antes Irak, ahora Kiev

Pero, ¿habrá aprendido Estados Unidos alguna lección de sus incursiones militares en Irak y Afganistán, que provocaron nada más que muertes, pobreza y mayor inestabilidad política y social en Oriente Medio?

La respuesta, de acuerdo al autor, es un resonante “no”, y pone como ejemplo el apoyo de Washington a la escalada beligerante del régimen de Volodímir Zelenski, que ratifica los postulados militaristas del informe NSC-68.

“Si Estados Unidos tiene casi 50.000 millones de dólares de sobra (la cantidad que el Congreso asignó para ayudar a Ucrania entre febrero y noviembre de 2022), debería usar ese dinero para aliviar el cambio climático, abordar la crisis fronteriza o aliviar la angustia de la clase trabajadora estadounidense, tareas vitales que la Administración Biden trata con mucha menos urgencia que armar a Ucrania”, opina el autor.

El conflicto con Ucrania, explica, ha hecho creer a Estados Unidos que debe tomar nuevamente el timón de la historia, pese a que, afirma, Rusia no representa una amenaza para el bienestar de sus ciudadanos. “Este es precisamente el tipo de arrogancia que ha llevado al país por el mal camino una y otra vez”, advierte.

“Es difícil imaginar una mejor oportunidad para superar esta postura de autosatisfacción y encontrar una forma más responsable de hablar y comprender el papel de Estados Unidos en el mundo, pero Biden parece decidido a perder la oportunidad”, observa.

Pese a las evidencias que señala sobre la insistencia de Washington de seguir manteniendo a cualquier costo su rol hegemónico en el mundo, el autor llama al Gobierno de EEUU a cambiar sus políticas y seguir el consejo de George Kennan, predecesor de Nitze en el Departamento de Estado, quien en un memorándum escrito en 1948 pidió a las autoridades de su país “evitar guerras innecesarias, cumplir las promesas de los documentos fundacionales y brindar a los ciudadanos comunes la perspectiva de una vida decente”.

Para comenzar a cambiar la política exterior de EEUU basándose en estos postulados, señala el autor, debe reconfigurar las Fuerzas Armadas en una fuerza diseñada para proteger al pueblo en lugar de servir como un instrumento de proyección de poder global.

“El consejo de Kennan no ha perdido nada de su prominencia. La quimera de otro triunfo militar justo no puede arreglar lo que aqueja a Estados Unidos. Solo la ciudadanía alerta y bien informada que pidió Eisenhower puede satisfacer las necesidades del momento: una política que se niega a tolerar más abusos del poder estadounidense y el abuso de los soldados estadounidenses que se han convertido en las señas de identidad de nuestro tiempo”, concluye.

fm/ed

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