El terrorismo es un genuino producto con el sello Made in USA

La Habana, SANA

Cuando el presidente norteamericano, Barack Obama, sentenció hace unos días que la lucha contra el grupo terrorista Estado Islámico (EI) en Siria e Iraq sería larga y difícil, provocó más dudas que certezas en este lado del mundo.

Lo polémico para algunos conocedores del tema es tratar de descubrir cuáles son las verdaderas intenciones del inquilino de la Casa Blanca, porque hasta hoy, no tiene mucho historial que exhibir en la lucha contra el terrorismo asentado aquí, que por demás, es un genuino producto con el sello Made in USA.

Para Obama y sus estrategas políticos y militares, el propósito real de su cacareado plan no es enfrentar a las bandas extremistas del EI o del Frente al-Nusra -brazo armado de al-Qaeda en Siria-, sino defenestrar al presidente Bashar al-Assad, y así conseguir la fragmentación de este país del Levante.

Eliminando al gobierno de al-Assad, los Estados Unidos garantizarían más estabilidad a Israel, sacando del juego al principal defensor de la causa palestina en la zona, y dejarían un camino expedito a los enemigos de Irán.

Por eso el presidente estadounidense se contradice ahora -o mejor, contradice la realidad- cuando habla de enfrentar a su propio engendro.

Recientemente fue desclasificado un informe de la Defense Intelligency Agency (DIA), fechado el 12 de agosto de 2012, donde queda demostrado que el grupo Estado Islámico fue creado por Estados Unidos con ayuda de Turquía, Israel, Reino Unido y las monarquías del Golfo Pérsico.

Considerado desde el principio como un elemento estratégico en las políticas para el Oriente Medio, la inteligencia estadounidense previó el surgimiento y desarrollo de un califato islámico regido por el EI en Iraq y Siria, necesario para aislar e intentar derrocar al gobierno de Bashar al-Assad.

Ahora resulta, según Obama, que habrá que desplegar una “larga y difícil” guerra contra sus propios gendarmes, que definitivamente pondría fin a viejos proyectos estadounidenses, y cuyos resultados se diseminan por el mundo como una plaga incontrolable.

Para nadie es un secreto que Estados Unidos apoyó la creación de al-Qaeda en la década de 1980, buscando enfrentar a las tropas soviéticas acantonadas en Afganistán.

Con ese propósito, la Agencia Central de Inteligencia norteamericana (CIA) entrenó en Pakistán a más de 35 mil yihadistas procedentes de 43 países durante 10 años (1982-1992), y activó sus poderosos mecanismos de comunicación para alentar la guerra santa (yihad).

Es en este período que aparece la figura de Osama Bin Laden, líder supremo de al-Qaeda, reclutado por la CIA en 1979, y que terminaría convirtiéndose en el terrorista más odiado del mundo.

El EI, una escisión de al-Qaeda, es resultado de esas políticas de la CIA, el M16 británico, el Mossad israelí y los servicios de inteligencia de Turquía y Arabia Saudita.

Dichas agencias de inteligencia vieron en los seguidores de Abu Bakr al-Baghdadi, los peones necesarios para conseguir sus planes injerencistas en el Medio Oriente, principalmente en Siria e Iraq.

Aunque ahora Obama diga querer enfrentarlos, Estados Unidos se verá en la disyuntiva de eliminar a los mismos que entrena en campamentos de Jordania y Turquía, pues de todos es conocido que estos elementos extremistas, al infiltrarse en suelo sirio, pasan a formar parte de las filas terroristas del EI o del Frente al-Nusra.

Washington mantiene un doble discurso referente al terrorismo que asola al Medio Oriente, pues aunque anuncie sus intenciones de aniquilarlo y forme coaliciones internacionales para realizar bombardeos inoperantes, utiliza a sus oficiales para entrenar a los rebeldes, y se asegura que les llegue armamento de todo tipo a través de las fronteras con Israel, Turquía y Jordania.

Quizás lo que desconcierta a la Casa Blanca y al Pentágono, sea la firme resistencia del ejército y gobierno sirio, que por más de cuatro años enfrenta con tenacidad la agresión terrorista contra su territorio, impidiendo a toda costa consigan fragmentar el país y la unidad del pueblo.

De todos modos, habrá que esperar cómo transcurren los acontecimientos en la región, caldeada por la guerra, expectante ante los inminentes acuerdos entre Washington y Teherán, la pérdida de protagonismo de Turquía y Arabia Saudita y los tradicionales virajes políticos y estratégicos de la Casa Blanca.

Artículo de opinión del periodista Miguel Fernández Martínez, el corresponsal de Prensa Latina en Damasco.

Fady M., Hala B.

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