Damasco, SANA
El presidente de Estados Unidos, Joe Biden, anunció recientemente que retiraría a todos los soldados estadounidenses de Afganistán para poner fin a la guerra más larga en la historia de Estados Unidos.
La guerra afgana, que suma 20 años, ha causado la muerte de alrededor de 2.500 soldados estadounidenses y más de 30.000 civiles afganos. Además, 60.000 personas han resultado heridos y 11 millones han pasado a la condición de refugiados.
En nombre de la lucha contra el terrorismo los militares entraron en Afganistán, sin embargo lo que dejarán es un atascado desorden tras su silenciosa retirada. En Irak, Siria o Afganistán, Estados Unidos se ha lanzado a la guerra bajo el pretexto de defender una moral y justicia universales. Sus intervenciones han creado una serie de tragedias humanas y un intenso sufrimiento en la población local.
El expresidente estadounidense Jimmy Carter señaló en abril del 2019 que Estados Unidos es el país más combativo de la historia mundial. Desde su fundación hace 242 años, Estados Unidos suma 16 años de guerra civil. En todo caso, el mérito de su “combatividad” reside en la injerencia en asuntos de terceros, accionar que impregna toda su política diplomática.
En el período temprano de la fundación de Estados Unidos, los colonos blancos lanzaron brutales genocidios contra las tribus indias y los confinaron en reservas remotas y desoladas. De acuerdo a la “Doctrina Monroe” del siglo XIX, Estados Unidos consideraba a las Américas como su propia esfera de influencia para llevar a cabo su expansión a gran escala.
Durante la Guerra Fría, Estados Unidos estuvo involucrado en la Guerra de Corea y la Guerra de Vietnam. Y a su vez, participaba en guerras de poder en Asia, África y América Latina para supuestamente responder a la llamada “amenaza comunista” y atacar a gobiernos extranjeros que se resistían a ser lacayos de Washington.
Después del final de la Guerra Fría, la interferencia extranjera estadounidense alcanzó un nuevo nivel. Como bien señala el estudioso estadounidense de relaciones internacionales, Robert Keohane, en su libro Después de la hegemonía: cooperación y disputas en la economía política mundial, “desde el incidente del 11 de marzo, hemos entrado en un nuevo período en el que Estados Unidos ha recurrido de una forma sin precedentes a sus fuerzas políticas y militares”.
El portal digital estadounidense “The intercept” registró el siguiente caso: a la 1:00 a.m. del 29 de enero del 2017, bajo la cobertura de helicópteros armados un equipo SEAL de la marina estadounidense asaltó una aldea remota en la provincia yemení de Albaida. En una pendiente baja, el equipo SEAL sufrió un fuerte ataque. En el siguiente contraataque ciego, helicópteros bombardearon toda la aldea, destruyendo una docena de edificios, incluyendo las casas de piedra donde dormían los aldeanos. La operación causó la muerte de 6 mujeres y 10 niños menores de 13 años y mató a 120 animales.
El Pentágono explicó más tarde que la operación tenía como objetivo capturar o matar a Qassim Rimi, líder del grupo al-Qaeda de la rama de la Península Arábiga. Este caso es sólo un epítome de innumerables “bombardeos involuntarios” contra civiles durante los largos 20 años de la guerra contra el terrorismo iniciada por Estados Unidos en Afganistán.
La revista estadounidense “National” informó que las fuerzas de la misión especial estadounidenses han sido acusadas de masacre, asesinato, abuso de prisioneros, violación de menores, abuso sexual, tráfico de drogas y robo de la propiedad gubernamental. Sin embargo, contra casi nadie se han levantado cargos.
Estados Unidos está obsesionado con la modalidad de intervenir en el extranjero y la exportación de su sistema, lo que ha sumido a muchos países en la turbulencia más abyecta. En Oriente Medio, Estados Unidos ha recurrido a la fuerza para romper el equilibrio regional. Países como Irak y Siria se han convertido en foco del terrorismo, donde el grupo extremista “Estado Islámico” creció oculto y ahora amenaza la paz y seguridad mundiales.
Bajo el nombre de “transformación democrática”, en algunos países de la Comunidad de Estados Independientes (CEI), Estados Unidos ha establecido organizaciones no gubernamentales para cultivar fuerzas antigubernamentales, llevar a cabo infiltraciones políticas a largo plazo y reclutar estudiantes radicales para que sean la punta de lanza de la “política callejera” para la revolución de los colores. Su macabra estrategia ha causado laceraciones internas y una inestabilidad crónica en los países donde se ha metido para “ayudar”.
El proyecto “Costo de la Guerra”, del Instituto Watson para Asuntos Internacionales y Públicos de la Universidad Brown en Estados Unidos, concluyó que la guerra contra el terrorismo desde el 2001 hasta la fecha ha causado la muerte de más de 800.000 personas, incluidos 335.000 civiles. Asimismo, la guerra ha dejado en Afganistán, Irak, Pakistán y Siria a 21 millones de personas sin hogar o en condiciones habitacionales precarias.
El que enciende el fuego, se quema. La revista estadounidense “Foreign Affairs” destacó que la obsesiva búsqueda de la hegemonía por parte de Estados Unidos le ha generado nuevos rivales y enemigos, y erosionado el sistema político del país, aflorando la polarización y la xenofobia.
El mundo para que sea mundo tiene que ser variado. Sin embargo, algunos políticos estadounidenses no lo entienden. En sus cabezas resuena el juego de suma cero, el ansía supremacísta de lograr la hegemonía mediante el enfrentamiento de civilizaciones. Las turbulencias exportadas por Estados Unidos han destruído vidas en muchos países y regiones, mientras que una gran cantidad de familias han sido truncadas o separadas.
Si estos son los “derechos humanos” que promulga el gobierno de Estados Unidos, su consciencia es muy oscura y siniestra.
Fuente: Pueblo en Línea